La discriminación hacia los homosexuales, además de la violencia y la inseguridad en el país, empujan a muchos a pedir asilo en el extranjero con las consecuencias personales y familiares que ello implica.
Las narcodecapitaciones, la brutalidad policial, la corrupción gubernamental, los linchamientos, las mujeres asesinadas en Juárez, la pobreza extrema, la riqueza obscena, la violencia doméstica, el cinismo glamoroso de nuestros políticos y el analfabetismo de nuestros maestros —entre otros males— son motivos suficientes para dispararnos una taquicardia súbita y obligarnos a revisar la fecha de vencimiento de nuestros pasaportes. Algunos elegimos la negación como un modus vivendi que nos permite mantener una cordura aceptable, otros la apatía; algunos recurren a los estupefacientes o, en su defecto, a la religión. No obstante, también están aquellas personas que se quedaron sin opciones de fuga; gente que experimentó de lleno el roce con el lado menos amable de nuestra sociedad. Canadá se ha convertido en el destino de un nuevo exilio mexicano; he aquí los testimonios de cuatro de estos emigrados.
"México tiene una cultura bastante definida en lo que se refiere a los temas de identidad y género, y a cómo este último tiene que expresarse y los parámetros a seguir para que uno pueda ser aceptado. Mis desencuentros con la sociedad mexicana se dieron desde la infancia. Estuve muchos años en una escuela católica y siempre me pareció un tanto ridícula la cultura machista y la manera en que los mexicanos tenemos de ver las cosas", confiesa Diego Poblete, uno de los miles de refugiados políticos mexicanos que residen en Canadá. "Para cuando estaba en la universidad yo vivía con quien entonces era mi pareja. Nos mudamos a la colonia Santa María la Ribera. Es una colonia muy bonita pero muy ruda, y cuando a alguien no le gusta tu carita, cuidado", asegura. "Mi auto fue robado, mi departamento fue destruido, secuestraron a mi pareja y vaciaron nuestra cuenta de banco. La opción más factible fue buscar otro lugar dónde vivir. En un par de semanas vendimos lo que nos quedaba y nos venimos para acá".
La noche de enero de 2003 Diego y su pareja se presentaron frente al oficial del puesto de control migratorio del aeropuerto de Montreal. "Vengo a pedir protección política", le dije. "Recuerdo que el oficial me preguntó tres veces si estaba seguro de lo que estaba haciendo antes de tomar nuestros pasaportes y conducirnos a una sala de espera donde dos horas más tarde empezamos a llenar formas. Nos separaron para que cada uno contara su historia de manera independiente frente a un agente. Me sorprendió mucho la amabilidad con la que nos trataron; llamaron a un intérprete por teléfono ya que mi novio no hablaba inglés ni francés. Salimos del aeropuerto a las tres de la madrugada, estábamos a 20 grados bajo cero. No te envían a ningún lado, te dan algunas opciones a dónde llegar y nos dijeron en qué días teníamos que presentarnos para los exámenes médicos y cuándo eran nuestras citas de asesoría legal, entre otras cosas. Cuando salimos del aeropuerto fuimos directamente al YMCA (edificio ubicado en el centro de Montreal que funciona como refugio para los inmigrantes). Tuvimos asistencia social durante el proceso legal y recibíamos 570 dólares al mes para los dos y nuestra renta era de 450, así que teníamos que ver cómo arreglárnoslas. No es nada fácil llegar a un país donde a pesar de tus estudios o del currículum que puedas tener en realidad nadie te conoce y tienes que empezar de cero. Tienes que tramitar tu permiso de trabajo y ese proceso tarda alrededor de dos meses y medio. Cuando llegué tuve que aguantar jornadas laborales de catorce horas en las fábricas e imprentas en donde trabajé, con media hora de descanso para comer. Pasé por etapas de mucha depresión; es muy cabrón ver cómo tu vida se derrumba frente a tus ojos sin poder decirle a nadie me voy por esto o por lo otro. Cuando me fui de México nadie me hizo una fiesta de despedida, ni taquiza, ni hubo piñatas de por medio", cuenta Diego y suelta una risa corta; "literalmente tuvimos que agarrar nuestras cosas e irnos".
El local de la Young Men Christian Association en Montreal, donde se recibe a los asilados. Foto: Ari Volovich
Un año después de su entrada a Canadá, Diego y su pareja recibieron el estatus oficial de refugiados políticos. "No puedo volver a México por cuestiones relacionadas con las leyes internacionales. Hay mucha gente que juega con el sistema canadiense. Conozco a muchos latinoamericanos que llegan pidiendo refugio y lo primero que hacen una vez que reciben su carta de residencia permanente es ir a su país de vacaciones. Yo siento que es un abuso y una falta de respeto enorme hacia un país que realmente se preocupa por proteger los derechos humanos. El gobierno de Canadá gasta alrededor de 60 mil dólares para costear los procesos legales y médicos de cada uno de los refugiados. Es impresionante la cantidad de programas que tienen aquí para lograr suavizar la asimilación de los inmigrantes y los refugiados. A diferencia de la sociedad mexicana, que es extremadamente xenofóbica. En mi opinión, los mexicanos deberían de aprender mucho sobre la tolerancia y el respeto. Aquí, en contraste, se goza de una libertad absoluta; esta libertad se da porque la gente está demasiado ocupada haciendo sus propias cosas como para preocuparse por lo que están haciendo los demás", concluye.
"Esto es una mentira. Los homosexuales se ven discriminados, acosados e incluso son víctimas de robos, pero el que sus vidas corran peligro y que su única solución sea dejar el país es una farsa. Quienes verdaderamente necesitan protección en México y América Latina en general, por lo regular no tienen idea de que existe la posibilidad del asilo ni cómo pedirlo, ni mucho menos el dinero para comprar un boleto de avión a Canadá", declaraba en 2006 el periodista y escritor mexicano Benjamín Santamaría Ochoa (también se vio obligado a huir de México
en 2002 y pedir refugio en Canadá después de sufrir amenazas debido a su activismo a favor de la justicia social de los niños callejeros), a propósito de la creciente oleada de solicitudes por parte de mexicanos pidiendo refugio político. Más de tres mil 500 mexicanos pidieron asilo en Canadá durante 2005, convirtiéndose por primera vez en el país con mayor índice de peticiones de asilo político.
"Según lo que he averiguado hablando con otros refugiados, parece ser que las autoridades canadienses son más exigentes con los mexicanos que con el resto de los latinoamericanos", cuenta Alberto Sánchez —seudónimo del entrevistado, quien prefirió permanecer en el anonimato. Las impresiones de Sánchez son acertadas: la tasa de aceptación de colombianos y haitianos es mucho más alta que la de mexicanos. Durante 2008 sólo fueron aprobadas 13 por ciento de las peticiones hechas por parte de los mexicanos mientras 84 por ciento de los solicitantes colombianos recibieron el estatus de refugiados, al igual que 46 por ciento de sus semejantes haitianos. Existen trabas diplomáticas para los refugiados mexicanos potenciales; el hecho de que México sea socio del Tratado de Libre Comercio con Canadá desempeña un papel importante en la severidad con la que los mandatarios de Ottawa juzgan los casos de los mexicanos. El señalar a México como una clara fuente de refugiados políticos representaría una disputa diplomática que podría estropear los negocios entre ambos países. Por una parte, el ministro de Inmigración canadiense, Jason Kenney, dice que el incremento de 30 por ciento en las peticiones de asilo político es "un abuso de la generosidad de Canadá", aun cuando su propia oficina advierte a los ciudadanos canadienses de los riesgos que pueden llegar a correr al viajar a México.
Diego y su pareja recibieron asilo en Canadá. Foto: Ari Volovich
Sánchez experimentó en carne propia los estragos de la ineficiencia del gobierno. "Básicamente lo que me hizo huir de México fue la inseguridad", cuenta el joven mexicano. Alberto salió de Morelia a los 22 años para poner un negocio en Cancún junto con su socio. "Nos fue bastante bien allí con el negocio de las casetas telefónicas, a pesar de que para ese entonces ya había más de 500 en Cancún. Empezamos a expandirnos hacia el norte —Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo— cuando nos enteramos de que en estos lugares no había ningún servicio parecido al que nosotros ofrecíamos. Lo que nunca contemplamos fue lo inseguras que son esas ciudades fronterizas y el control absoluto que tiene allí el crimen organizado. Fue en Reynosa cuando empezaron a llegar algunas personas a pedirme dinero para 'proteger mi negocio'. Las primeras veces que llegaron a visitarme me interrogaban; querían saber qué era lo que estaba haciendo en Reynosa, si estaba lavando dinero, si tenía familiares metidos en el narcotráfico, etcétera, aunque de una manera relativamente tranquila. Ya con el tiempo y después de negarme varias veces a darles dinero, las cosas se pusieron más violentas; llegaban directamente a tirar las cosas, a arrancar los cables de los teléfonos, etcétera. Y así, gradualmente empezaron a llegar con mayor frecuencia a extorsionarme, siempre presentándose como parte de algún cártel fuerte. Me daba mucho coraje tener que estar de lunes a lunes trabajando turnos de 12 horas sólo para llenarles los bolsillos. Sus 'cuotas' variaban entre cinco mil y 10 mil pesos a la semana. Las circunstancias me obligaron a regresar a Cancún sólo para darme cuenta de que se estaban aplicando los mismos métodos de intimidación, y lo que es peor, me enteré de que algunas de las personas que estaban llegando eran las mismas que me habían amenazado meses atrás en Reynosa. Además de mi propia experiencia, empecé a hablar con amigos de distintas partes de la República y me di cuenta de que les estaba sucediendo lo mismo que a mí. Fue entonces cuando entendí que la única opción viable era salir del país. Me enteré de un conocido que había pedido, aunque sin éxito, refugio en Canadá y decidí hablar con él e investigar por mi cuenta cuáles eran los pasos a seguir. Para mí el hecho de tener que quedarme en México representaba una desilusión; el futuro no pintaba nada bien. Me decidí por Canadá porque, según lo que me contaba esta persona, aquí no se resentía tanto el racismo como en España o Estados Unidos. Cuando estaba frente al agente de inmigración le dije que venía con la intención de pedir refugio político. 'Muy bien', me dijo muy tranquilo, me pidió que anotara refugiado político sobre la forma migratoria, tomó mis documentos y me guió hacia una sala de espera donde había cuatro personas sentadas: un joven de Veracruz, una pareja de Colombia y otro de Estados Unidos. Una vez que empezó el trámite tuve que llenar varias formas, me sacaron unas fotos, me tomaron las huellas dactilares y me dijeron que como ese día tenían mucha carga de trabajo tendría que regresar dentro de una semana para la entrevista con un agente migratorio. Antes de salir del aeropuerto me dieron una hoja donde venía una lista de algunos domicilios de refugios donde podría pasar la noche con la opción de extender la estancia hasta un máximo de un mes.
Llegué al YMCA alrededor de la medianoche. Una vez que me registré en la ventanilla, el trabajador social me llevó a una pequeña habitación donde había seis mexicanos más quienes ya llevaban unas semanas en Montreal. Me contaron de sus experiencias y me dieron consejos muy prácticos para poder seguir mi trámite de asilamiento. Al día siguiente fui con una trabajadora social allí mismo que me entregó una lista con todas las entrevistas y citas a las que tenía que presentarme y acto seguido me dio un boleto para el metro. En promedio uno tarda alrededor de una semana en completar los trámites básicos que incluyen asesoría legal y exámenes médicos. Regresé al aeropuerto para llevar a cabo mi entrevista y narrar mi historia. Los problemas causados por el narcotráfico no figuran entre las opciones para poder pedir refugio político, pero sí te pueden recibir si compruebas que tu vida corre riesgo en tu país".
Alberto se refiere al artículo 1.A.2 de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados adoptada el 28 de julio de 1951 por las Naciones Unidas en Ginebra, el cual protege a la persona que "debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenecía a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él".
"Mi caso lleva un año en proceso de evaluación", aclara Alberto. "Sé de gente que se ha tardado hasta dos años o más en recibir el estatus de refugiado político, pero durante este periodo de espera te dan un permiso de trabajo, tienes acceso a todos los servicios médicos, puedes entrar en la asistencia social, te ofrecen cursos de francés que son muy buenos y prácticamente gratuitos y, bueno, puedes andar tranquilamente por la calle. La verdad es que me considero muy afortunado porque mi proceso de adaptación ha sido bastante suave y porque la mayoría de la gente aquí me ha tratado muy bien; no te ven con recelo sino que están conscientes de los problemas que hay en México y que los que llegamos aquí lo hacemos simplemente porque buscamos un nivel de vida mejor. Hay muchas cosas que extraño de mi país: mi familia, mis amigos, la comida, etcétera. Me entristece mucho el hecho de que México sea un país mal gobernado porque eso opaca la gran riqueza que tiene. Me encantaría poder vivir allí un día, tranquilamente, sin tener que mirar por encima del hombro a cada rato", añade Sánchez.
La historia de Deborah
Hubo mucha sangre, tanta como los golpes, como los gritos y los cosas rotas en su casa, tanta como el dolor, como la impotencia que sintió hasta que el silicón de los implantes rotos le tapó las venas provocándole una trombosis. El 24 de mayo de 2006 la policía militar de Ciudad Juárez, Chihuahua, conocida como "Milipol", entró en la zona donde viven los transexuales de la ciudad para desalojarlos. Deborah, cuyo nombre de varón fue Sabú, estuvo tres semanas hospitalizada y casi pierde la vida.
Al salir del hospital se convirtió en activista por los derechos de los transgénero y transexuales. La persecución aumentó, la buscaban, la interrogaban. A otros miembros de la comunidad los amenazaban: "Dinos dónde está el puto que los dirige, gritaban, mientras los policías las cacheteaban o las jalaban de los cabellos", narra Deborah. Ninguno dio jamás el paradero de quien ahora aspira a una diputación por el PSD. "Están espantados porque ven que nos estamos organizando", explica la candidata. Incluso el primero de abril pasado fue detenida por dos elementos policíacos por vestir con ropa provocativa… de mujer. Al final salió libre.
(David Santa Cruz)
Foto: Jose Cabezas / AFP
Alondra
Rosa Isela Jiménez Hernández fue abandonada a los dos días de nacida por su madre biológica. Cuando cumplió ocho años, en 2007, fue incomunicada de su madre adoptiva; hoy poco se sabe de su estado, tan sólo que el DIF de Guadalajara se niega a devolverla a pesar de existir una orden en ese sentido del juzgado séptimo de lo familiar. El argumento que esgrime el Consejo Estatal de Familia, dirigido por Claudia Corona Marseille, para romper —de acuerdo con la valoración psicológica— "el vínculo más importante que ha sido generador y proveedor tanto económica, moral y amorosamente" de Rosa Isela, fue que la conducta de su madre adoptiva y su forma de ganarse la vida, "no se ajusta a los parámetros de convivencia social elementales".
La ambigüedad de ese argumento se traduce en que para el citado Consejo, Alberto Ávila Vélez, transexual de nombre Alondra y quien durante años se ganara la vida prostituyéndose, no tiene derecho a cuidar a Rosa Isela a pesar de que la crió desde que fue abandonada y hasta los ocho años de edad, y a pesar también de que la niña "cuenta con un adecuado desarrollo de su personalidad, con valores y normatividad de acuerdo a edad y sexo".
Ante ese razonamiento Alondra buscó un empleo, mismo que obtuvo en la sede estatal del Partido Socialdemócrata en Jalisco, donde labora desde hace siete meses, y a pesar de haber presentado sus recibos de nómina y demostrar que vive de la manera que se lo solicitan, Rosa Isela sigue desaparecida porque el DIF se niega a indicarle a Alondra el paradero de su hija. La institución asegura en un documento: "El Consejo ha sido enterado que usted instauró demanda judicial en su contra por la custodia de dicha infante, lo cual nos coloca ante usted como contrincantes en una litis", con ello el Consejo y la casa Hogar se encontrarían en desacato.
En la actualidad la Procuraduría Social del Estado asesora a Alondra en el juicio penal que ha entablado contra Claudia Corona y los demás integrantes del Consejo Estatal de Familia, así como en contra de los directivos de la Casa Hogar Niñas Desamparadas AC. "Ellos me tienen secuestrada a mi niña", asegura Alondra, quien pide se la devuelvan "porque ella está sufriendo al estar alejada de su madre".
(David Santa Cruz)
Canadá: refugiados e inmigración legal
El ministro de Inmigración de Canadá, Jason Kenney, dijo a CBC-News/ Canadá el 15 de abril pasado que algunos mexicanos están tratando de inmigrar hacia ese país "por la puerta de atrás" al solicitar asilo y saltarse los trámites legales normales. El ministro se refirió al creciente número de mexicanos que aprovechan el "régimen de refugiado" de la ley canadiense para solicitar ese estatus, que al ser otorgado implica permiso inmediato para residir y trabajar, disfrutando además de seguro social y otros apoyos. El número se ha incrementado aún más a partir de la apertura de los vuelos directos de México a Canadá, como los inaugurados a Montreal, Toronto, Edmonton y Calgary en 2008, añadió Kenney, quien recordó que hay cientos de miles de inmigrantes legales que tienen que esperar pacientemente el largo proceso (entre dos y cuatro años) que los llevará a recibir su residencia legal en ese país, además de pagar los abogados correspondientes y recibir el apoyo de alguna empresa canadiense que solicite, requiera y documente su trabajo.
En 2008, de 10 mil solicitantes sólo 339 mexicanos que apelaron al estatus de refugiado en Canadá fueron enviados al Servicio de Inmigración para proceder con los trámites. Muchos de las peticiones rechazadas tienen como motivos la inseguridad y la violencia que se vive en México, pero es un problema difícil que "no está en manos de Canadá resolver". También en los últimos dos años han proliferado en Toronto y Calgary las oficinas de abogados que "arman" el caso de las personas que lo soliciten para lograrles el estatus de refugiados. Sin embargo, Kenney añadió que la política de refugio canadiense se mantendrá y que, por otra parte, el programa de inmigración legal que prevé para este año la aceptación de 250 mil inmigrantes es fundamental para Canadá, un país con un déficit de mano de obra calculado en este año en 600 mil plazas.
(CBC-News/Canadá)
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