MÉXICO, D.F., 25 de enero (Proceso).- "Cuando vivían mis hijos, trabajaba para darles algo mejor. Desde que me los mataron trabajo para no pensar, para no sufrir tanto su muerte”.
Habla la señora Luz María Dávila, madre de los estudiantes Marcos y José Luis, dos de los 15 jóvenes asesinados por sicarios el 30 de enero de 2010 mientras festejaban el cumpleaños de Jesús, un amigo y vecino, en el fraccionamiento Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez.
Ella fue quien enfrentó a Felipe Calderón el 11 de febrero de ese año. En un acto público lo reprendió por haber llamado a sus dos únicos hijos “pandilleros” mientras él se encontraba de gira en Japón.
Dos días después del asesinato, Calderón fue entrevistado acerca de la matanza de los estudiantes y dijo: “Se trata de un ajuste de cuentas entre pandillas”.
En su visita a Ciudad Juárez, el jueves 11 de febrero, la señora Dávila entró a una reunión a la que no estaba invitada:
“¡Disculpe señor presidente… Yo no le puedo dar la bienvenida porque no lo es. Aquí se han cometido asesinatos, quiero que se haga justicia, quiero que me regrese a mis niños. No puedo darle la mano porque no es bienvenido. Quiero que se retracte de lo que dijo cuando acusó a mis hijos de ser pandilleros, quiero que pida perdón!”, le dijo.
–¿Qué pasó luego de la muerte de sus hijos?
La entrevista es telefónica. Del otro lado de la línea se escucha un profundo suspiro.
–Ha sido muy difícil. ¿Qué ha pasado? Pues nada, más que seguir adelante. Trabajar para que se haga un poquito menos pesado esto. Trabajo en una empresa maquiladora de bocinas para coches –su voz se oye firme.
–En la reunión en la que enfrentó al presidente Calderón, se le acercó la señora Margarita Zavala. ¿Qué fue lo que le ofreció?
–Es lo que me han dicho algunas personas, que ella estuvo ahí. Que ella se arrimó conmigo y me agarraba la mano, que me consolaba y me ofrecía ayuda. Yo la comprendo, porque como madre creo que nos comprende a todas las que perdimos nuestros hijos. No tengo nada que decir contra ella.
Sin embargo, la señora Dávila nunca tuvo noticias de la esposa del Presidente: “No he tenido oportunidad de hablar con ella. Sé que a otras mamás las reubicaron de casa o las apoyaron para rehabilitar en las que vivían; les dieron becas para que los hijos que les quedan estudien desde la primaria hasta la universidad. A otras las ayudan con despensas”.
A ella le ofrecieron pasaporte y visa para que se fuera a vivir a El Paso, Texas: “En ese momento yo no quise aceptar nada, porque para mí la vida de mis dos hijos no vale eso. Así me vengan a levantar dos recámaras, una barda, lo que sea… ¡No. Para mí eso no vale nada!”. Se debilita. Se escucha el llanto.
–En una visita que le hice estaban colocando en su casa un botón de pánico. ¿Sí funciona?
–Hasta ahora no lo hemos necesitado. Nunca he tenido que usarlo. También nos ofrecieron seguridad, tres o cuatro patrullas vigilaban día y noche, pero desde que hubo cambio de gobierno dejaron de venir. Yo no tengo miedo. ¿Miedo a qué? Cuando vamos a la tienda mi esposo y yo a veces vemos gente desconocida, pero nosotros no tenemos nada que perder. Ya perdimos lo que más queríamos.
–A unos días de la masacre la Procuraduría del estado presentó a cinco personas como responsables de los asesinatos. Su hermana Patricia aseguraba que se trataba de chivos expiatorios. ¿Siguen pensando igual?
–Uno no puede estar seguro de que sean los asesinos. Porque es verdad que muchas veces agarran inocentes. No puedo afirmar que no sean ellos porque no miré a los atacantes, pero no voy a defender a nadie. Lo que quiero es que el fiscal del estado (Carlos Manuel Salas) y el gobernador César Duarte nos comprueben que los detenidos son los culpables, que nos digan cómo van las investigaciones... pero nunca se han acercado a nosotros. Ya hablamos y después del aniversario de la muerte de los muchachos iremos a pedir que nos den información de la investigación.
Para el 30 de enero, Luz María Dávila y otras familias afectadas programaron una misa que será celebrada por el obispo de Ciudad Juárez, Renato Ascencio León. Será entre 11 y 12 de la mañana en el campo deportivo que se construyó en honor a los 15 jóvenes fallecidos. Colocarán placas, soltarán globos y palomas. También habrá música.
Después ella irá al panteón, como cada mes, a llevarle flores a sus hijos. A platicar con ellos. Confiesa que invariablemente la plática termina con una pregunta al aire: “¿Por qué se fueron?”
“Estos días han sido difíciles porque el próximo 29 de abril, José Luis, el más chico, cumpliría 18 años. Él estaba emocionado porque faltaba poco para que alcanzara la mayoría de edad, porque iba a sacar su credencial para votar. Seguido me preguntaba qué le iba a regalar. Yo le decía que era una sorpresa, pero ya estaba ahorrando para comprarle un celular que quería. No me importaba lo que costara porque era buen muchacho, se lo merecía. A Marcos, cuando cumplió los 18 le regalamos el aparato que él quiso.
“Mis hijos estaban contentos, estaban ilusionados por terminar sus estudios. Hablaban de que querían tener su casa bonita y de que yo dejara de trabajar. José Luis estudiaba en el Cobach 9; Marcos, relaciones internacionales en la universidad. Querían viajar, tener su propia casa, salir adelante. Nunca fueron conformistas. Querían superarse”, recuerda entre sollozos.
“Nunca fueron atenidos. Eran independientes: se lavaban, se guisaban, se planchaban. No esperaban que yo les hiciera las cosas. Cada uno tenía su plancha, sus hilos de coser también. Todo eso lo conservo, está ahí, en su cuarto. Sólo me deshice de la ropa, se me hacía triste verla ahí, deteriorada con el tiempo y se la di a unos sobrinos que viven en México, lejos de mí para no verla.”
La señora Dávila también rechazó la atención psicológica que le ofreció la Procuraduría General de la República (PGR): “Prefería acudir a Casa Amiga, pero sólo fui a dos sesiones. No me sentí bien. Era demasiado el dolor”.
–¿Aún le duele que el presidente Calderón haya tachado a sus hijos de pandilleros?
Duda: “Qué le diré… Fíjese que no, porque me quedó la satisfacción de decirle al presidente que mis hijos no eran pandilleros. Él tuvo que aceptarlo”.
Hace unos días las familias afectadas recibieron la visita de funcionarios del gobierno estatal: “Nos dijeron que el Presidente vendrá a vernos después del aniversario porque no quiere que su visita se empalme con la misa. Y me dijeron que la señora Margarita quiere reunirse con nosotros el día 24; me preguntaron si estaba dispuesta a reunirme con ella. Les dije que sí. También querían saber si yo pensaba ‘agredirla’, como al Presidente. Les dije que no”.
–¿Qué le pedirá a Margarita Zavala?
Vuelven a escucharse profundos suspiros en el auricular. El llanto no la deja hablar. Por fin, con voz entrecortada contesta: “Lo que… Lo que le quisiera pedir nunca me lo va a dar. ¡Nunca me va a dar lo que yo quiero. Nunca!”.
No ha pensado en morir. Dice que seguirá compartiendo su soledad con la de su esposo.
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