31 oct 2010

Jóvenes, la mayoría de las víctimas de la guerra contra el narcotráfico, dice antropólogo

En Monterrey, desasosiego en centros de rehabilitación y desintoxicación

Las matanzas, en sitios clandestinos o religiosos que no cumplen normas y el Estado no revisa



Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 31 de octubre de 2010, p. 7

Brandon grita desde la tribuna: Tengo miedo, compas. Esto se pone de la chingada. Nos están matando. Cuando consumo siento chido, ando pacheco, bien loco. Hago cosas que no quiero. Luego me siento mierda. Vienes aquí para estar limpio y seguro. ¿Qué pedo? Vale verga.

Apenas tiene 17 años, lleva una gorra de beisbol y ropa holgada. Está frente a una veintena de sus compañeros. Sigue hablando con vivacidad y premura. Es la hora de la terapia en grupo, de la clase de literatura y expresión en el centro de tratamiento y desintoxicación Puerto Seguro, ubicado en Monterrey.

El ambiente está enrarecido. No es para menos. Las matanzas de jóvenes esta semana, con saldo de 42 muchachos en rehabilitación asesinados en Tijuana, Ciudad Juárez y Tepic, espantan a cualquiera. Los padres de familia, con temor y sicosis, nos están hablando preocupados por los internos, pero les explico que esas masacres han sucedido en lugares clandestinos o religiosos que no cumplen con las normas de aceptación de pacientes y tratamiento de desintoxicación. Son centros que el Estado no está revisando, afirma en entrevista Carlos Loera, director general del centro.

La Secretaría de Salud sostiene que en México existen mil 800 centros privados de rehabilitación, aunque reconoce que carece de un padrón depurado para determinar cuántos cumplen la normativa internacional de tratamiento.

Con el aumento vertiginoso de las adicciones también han surgido cientos de centros de rehabilitación clandestinos que carecen de protocolos de internamiento y no son controlados por las autoridades sanitarias. Éstos aceptan a cualquiera, muchachos que se internan para esconderse, porque vienen huyendo del crimen organizado. En cambio, nosotros sólo admitimos a jóvenes que vengan acompañados por algún familiar. La norma 028 así lo dice, comenta Loera al referirse a la disposición que incluye las reglas para los centros de rehabilitación mexicanos sometidos a una constante supervisión del Estado.

A falta de políticas gubernamentales que atiendan a 7 millones de jóvenes ninis, esta población se ha convertido en parte de la tropa desechable del crimen organizado, dice el antropólogo social Lorenzo Encinas. Los matan porque son desertores, traidores. Es la venganza de sangre, señala.

Miedo

Antonio tiene 23 años, tres hijos con distintas mujeres y un síndrome de abstinencia que le quita el sueño y la estabilidad emocional. Está sentado y mueve sus piernas constantemente. Tiene tatuajes en una mano y en el brazo derecho. Confiesa su miedo por las matanzas: “Está feo. Tengo miedo. Uno viene a recuperarse, y luego pa’ que te maten. Muchos de los muertos son gente que se andaba escondiendo. Ni modo”.

Cuenta su historia: Empecé a drogarme a los 10 años, a consumir mariguana con mi papá. Luego conocí las pastillas sicotrópicas, la cocaína en polvo y en piedra. Después fui conociendo más drogas, como el resistol, el tolueno, las pastillas. Y así, bastantes cosas. Intentaba conseguir diferentes para ver qué se sentía, hasta el momento de andar bien loco, de ya no querer ir a la escuela.

Abandonó la primaria en cuarto año. Me sentía ingobernable. Me creía hombre. No le hacía caso a nadie. Todos los días me la pasaba drogado. Desde la mañana hasta la noche. No comía, no me bañaba. No llegaba a la casa a dormir en varios días. Mi mamá me buscaba en la calle. Yo siempre andaba picándome.

Así llegó a pertenecer a la pandilla Los Vele, de San Pedro 400, colonia marginada que está en medio del llamado municipio más rico de México. Cuando no conseguía dinero compraba tolueno a 20 pesos, y si las cosas iban bien, piedra a 120 pesos. Siempre andaba drogado, haciendo daño a la gente, robando para conseguir más sustancia.

Antonio llegó a Puerto Seguro luego de varias recaídas. La última duró solamente dos meses limpio y regresó al centro en agosto pasado. Caí otra vez. Siempre busco a mi papá. Se dedica a la venta de drogas y tiene una tiendita. Siempre voy y lo busco, y ahí me drogo. ¿Qué necesito para salir de esto? Voluntad para ya no buscar a mi papá. Él consume y también mi hermano de 19 años que está en el penal. Mi hermana no, aunque esta vez que anduve fuera me dijeron que la habían visto con droga. Mi mamá vive con su pareja y nosotros con mis abuelos. A mí nunca me ha gustado tener padrastro.

Recuerda que lo más feo que le ha pasado es haberle pegado a su madre: También me arrepiento mucho de haberle dado droga a mi hermano cuando estaba chiquillo. Tendría como unos 10 años.

En sus 13 años de adicción ha cruzado varias veces la línea de la muerte. Ha sido narcomenudista: Me dio miedo. Los batos me sacaron de la casa. Mi abuela y mi hermana la llevaron. Las golpearon y las encerraron en un cuarto. Me miraban en la calle y a cada rato me golpeaban. ¿Quiénes? Ellos, los distribuidores. Los mismos policías te venden la droga. Pero ya no quise tener problemas. Mi mamá me trajo. Vivía como indigente, en la calle. Y ya la hice. Llevo tres meses aquí.

El hoyo negro

Lorenzo Encinas lleva años trabajando con pandillas y asegura que en la llamada guerra contra el narcotráfico, declarada por Felipe Calderón, los jóvenes son las mayores víctimas. “Por cada capo importante que capturan mueren hasta 60 jóvenes. Cada joven ejecutado trae una carga enorme de desatención del Estado. No hay una política pública para ese tipo de grupos. Y el narcotráfico, como empresa, ha sido muy eficaz y ha arropado a los jóvenes, cosa que no han hecho otras empresas ni el gobierno”.

Las matanzas en centros de rehabilitación y contra los jóvenes en proceso de desintoxicación suceden, según Encinas, porque los muchachos se relacionaron con las organizaciones delictivas por consumidores, narcomenudistas o sicarios, y ahí conocieron el modus operandi y la información interna de la banda. El hecho de conocer la estructura de las organizaciones los convierte en víctimas de la sospecha en el momento en que quieren salir. La traición es motivo de muerte. Muchos, cuando eran adictos, cometieron delitos y eso los convierte en rehenes, afirma.

Gonzalo lleva 14 semanas sin consumir drogas. Es uno de los internos de Puerto Seguro. A base de mucho ejercicio, meditación y terapia sicológica ha podido rehabilitarse. Empezó a drogarse a los 25 años con cocaína y finalmente se inició en la piedra. Esta es su segunda vez en el centro. Expresa: “Duré un año limpio, pero me separé de mi grupo y eso me afectó. Comencé a descuidar el programa. Recaí. Como drogadicto piensas que todo el mundo te quiere hacer daño. Aquí nos enseñan a valorarnos, a salir adelante, a querernos”.

Divorciado, cocinero de profesión, Gonzalo está encargado de la alimentación de los 30 internos del centro. Disfruta su trabajo con otros dos ayudantes: Hay miedo. Tenemos miedo. Nervios por las matanzas. Cuando regresé sabía que los estaban matando en los centros de rehabilitación o iban y los sacaban de los lugares para asesinarlos. Me dio mucho miedo. Empecé a derrotarme. Toqué fondo. Al final tomé la decisión de volver. Llegué aquí por propio pie. Y aquí voy a seguir. Me siento muy seguro a pesar de todo. Me siento más seguro aquí que en las calles. Además, ¿a dónde nos vamos a ir si queremos rehabilitarnos, si queremos una nueva oportunidad de vida?

Desde hace 15 años Carlos Loera trabaja con jóvenes en rehabilitación. Conoció los submundos de la droga y por eso los entiende a la perfección: “Conocí el pozo. Sé cómo está allá abajo. Es más fácil para mí meterme al mundo del joven y decirle: ‘si quieres salir yo te puedo ayudar, porque ya estuve aquí abajo. El pozo es agradable al principio, después te das cuenta que es un infierno’”.

Los cárteles de las drogas han logrado base social entre los jóvenes consumidores o bien pertenecientes a pandillas sin trabajo, sin recursos y sin posibilidad de estudiar ni expectativas a futuro. Comenta Encinas: “La cuestión aquí pasa por el dinero, por las millonarias cantidades que mueve el narcotráfico. La vida de un joven en México no vale nada. Pero ellos, por sí solos, nos están demostrando que son capaces de organizarse y obtener dinero, sólo que desde la ilegalidad. Adquirieron visibilidad de esta manera. Estas matanzas muestran una ritualización de su vida. Esta generación de ninis es el hoyo negro y ya se activó el mecanismo de autodestrucción”.

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