19 nov 2010

Habitantes de pueblos de Nuevo León y Tamaulipas, en la indefensión

Ciudad Mier, un fantasma que alguna vez fue pueblo mágico

De los cantos del cenzontle pasamos al ruido de las balas, lamenta vecina

Nunca nos mandaron soldados ni policías federales; nadie nos hizo caso, relata otra

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“(Los narcos) se quisieron apoderar de todo y lo lograron.
Si no hacen algo pronto habrá muchos Ciudad Mier en el país”, advierte Jesús Barranco,
encargado de abastecer el albergue de refugiados ubicado en Miguel Alemán
Foto Sanjuana Martínez

Sanjuana Martínez
Periódico La Jornada

En Ciudad Mier las calles siguen desiertas, las casas baleadas, la comandancia quemada. El pueblo mágico ha pasado a ser un lugar sin habitantes, sin policía, sin Ejército, sin alcalde; un lugar secuestrado por el crimen organizado.

Las carreteras de Nuevo León y Tamaulipas dejaron de ser seguras hace tiempo, pero nunca antes sus pueblos habían estado tan abandonados ni la frontera del noreste con Texas había alcanzado tal actividad bélica. El corredor Marín-Cerralvo-Miguel Alemán está vacío. Pocos se atreven a transitar por la carretera federal 54. Los puestos militares están desiertos. La garita del kilómetro 22 abandonada.

En la nueva realidad rural de la narcoviolencia en México, la figura del desplazado forma parte del espectro de las víctimas de la guerra emprendida por Felipe Calderón. En Ciudad Mier las balaceras no empezaron la semana pasada, cuando la mayoría decidió irse a Miguel Alemán buscando un lugar seguro: se iniciaron desde el 16 de febrero.

Así lo confirma una trabajadora del ayuntamiento que decidió quedarse: Ese día fue la primera balacera, luego siguieron muchas más. Diariamente hay balazos. Yo le digo a mi bebé que son cohetes. Nos encerramos ¿qué más hacemos? Nos abandonaron. Nunca nos mandaron soldados ni policía federal; nadie nos hizo caso.

La plaza de Ciudad Mier, pueblo que no hace mucho tenía 6 mil habitantes, luce vacía. Alejandro Salinas Vela, el jardinero del lugar, tampoco quiso irse: Se fueron casi todos, hasta el alcalde que ahora vive en Roma, Texas. Tengo miedo, aunque ya casi no me asusto de nada. Aquí vinieron y aventaron en esta plaza a cinco decapitados; sin brazos, sin piernas. Yo los vi. ¿A estas alturas que más me puede asustar?.

Una camioneta pick up cargada con muebles y colchones sale del pueblo. El éxodo no se ha detenido, según comenta Juan Guerra, casado y con tres hijas: Van a rentar a Miguel Alemán. Yo me niego. Vivo aquí desde hace 58 años y no pienso irme. Me valen madre los unos y los otros. Yo no les voy a dejar mi casa. ¡Pos qué chingaos! Es mi único patrimonio. Tengo a mi esposa y mis hijas encerradas. Ni modo.

El cártel del Golfo llegó hace un par de meses arrasando y matando zetas para hacerse del control de la plaza. El Ejército mató a 30 supuestos pistoleros de los Zetas en septiembre pasado, pero ni los soldados ni el cártel han logrado aniquilar a los demás, que secuestraron y mataron a cuatro militares el 15 de noviembre.

Ambos bandos patrullan el pueblo. Los convoyes de camionetas a gran velocidad se pasean por sus calles y carreteras aledañas. Las tiendas están cerradas. La comandancia de policía fue asaltada y quemada. Los estragos son visibles. Las computadoras y archiveros están tirados por el suelo. Las paredes con orificios de bala. La mayoría de las viviendas que rodean la plaza también fueron tiroteadas.

“Es muy triste lo que estamos viviendo –dice Blanca Garza, vecina del lugar–. De los cantos del cenzontle pasamos al ruido de las balas. A nuestro pueblo hermoso nos lo cambiaron. Ahora tenemos que brincar el charco para dormir mejor. Yo me pregunto: ¿cómo es posible que no tenga miedo de estar aquí? Pues sí, tengo mucho miedo. Vivo en la zozobra y la suspiradera. Nosotros somos los que sentimos los estragos de la guerra de Calderón”.

Los desplazados

A 15 kilómetros de Ciudad Mier, por la carretera 54, está ubicado Miguel Alemán. Hay llantas bloqueando una de las entradas al pueblo. El Club de Leones fue habilitado para recibir a 300 vecinos, pero el número de desplazados se ha ido incrementando:

“Lo más triste es que este es un campo de refugiados. Ni más ni menos. Ya no sólo se ha concentrado la gente de Ciudad Mier, sino también la de Peñitas, Guatepo, Canaleño, Las Auras, Malahuecos, El Troncón, San Carlitos, La Morita y de muchos pueblos más. Sigue llegando gente que está huyendo y aquí son bien recibidos. Pero falta hablar de otros: los muertos, los levantados, los desaparecidos, de esos nadie habla”, comenta Jesús Barranco Molina, encargado de abastecer de insumos el lugar.

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El pueblo mágico ha pasado a ser un lugar sin habitantes, sin policía, sin Ejército, sin alcalde; un lugar secuestrado por el crimen organizadoFoto Sanjuana Martínez

Los gritos de los niños corriendo en el lugar destacan frente a las caras tristes de los desplazados: Nos preguntan cuándo se pueden regresar. ¿Cómo vamos a saber cuándo se van a ir? Es como si me preguntaran cuándo me voy a morir. No se sabe. Es la misma cosa. El plan de contingencia que tenemos es indefinido. Necesita haber garantías en Mier para que la gente se regrese. Ahorita no. Se quisieron apoderar de todo y lo lograron. Si no hacen algo pronto habrá muchos Ciudad Mier en el país, añade Barranco.

Esta realidad contrasta con la afirmación de Antonio Garza García, secretario de Seguridad Pública de Tamaulipas, quien afirmó que los vecinos de Ciudad Mier estaban retornando a sus casas y que el éxodo de habitantes se había detenido.

No podemos volver, dice doña Enriqueta García Vázquez quien vivía en la calle Alameda de Ciudad Mier y hoy se encuentra refugiada en Miguel Alemán: Aquello está muy feo. Nada más en el tramo entre Ciudad Mier y General Treviño, en ese pedazo, dicen que hubo como 186 muertos. No se puede ir por la carretera 54. Aquí estamos atrapados. Ni para dónde hacerse.

Tiene seis hijos, 20 nietos y no recuerda cuántos bisnietos o tataranietos: “Llevábamos encerradas desde febrero. Con las balaceras puro encerramiento. Nomás salíamos para comprar comida. Pero no me importa. Yo quiero volver. Tengo mi casa que mi marido me dejó. ¿Qué tal si me están robando? Pero tengo miedo de volver. Ayer el alcalde vino y me dijo: ‘ya está bien, ya se pueden ir’. Y yo le dije: vete tú primero para podernos ir nosotros. Él está en Roma. Mira qué chistoso”.

Es hora de comer en el albergue y Juanita empieza a colocar las mesas y las sillas. Una comadre le prestó su casa en Miguel Alemán y sólo se acerca al lugar para recibir alimentos. Hace ocho días salió de Ciudad Mier. Tiene tres hijos y sus ojos se llenan de lágrimas cuando recuerda lo sucedido: Hemos presenciado muchas matanzas en el pueblo. Ya no se puede vivir allí. Nos vamos a venir a radicar aquí; mientras no nos manden seguridad de planta no vamos a volver. Jamás habíamos visto tanta violencia. Empezó en febrero. Las balaceras eran desde el anochecer hasta el amanecer. Ya se adueñaron del pueblo. Se quedaron con todo. Nos destruyeron completamente. Trabajar toda la vida para que a tu familia no le faltara nada. Y al final estamos sin casa. Sin nada. Nos preguntamos: ¿por qué nuestro pueblo?.

El éxodo de habitantes de pueblos entre Nuevo León y Tamaulipas es paulatino y silencioso. Primero fueron los pasaporteados mexicanos que habitan en Estados Unidos quienes fueron dejando de venir. Luego la población flotante de fines de semana. Y finalmente algunos habitantes que han decidido cambiar su residencia a las ciudades pidiendo ayuda a parientes o amigos.

Nos venimos con lo puesto –dice Guadalupe Chapa mientras se come las uñas afuera del albergue–. Me traje a mis tres hijos, a mi nieto y a mi mamá. Y aquí estamos esperando. No sé qué. No sabemos qué vamos a hacer, ni dónde vamos a vivir.

Por la carretera a Peña Blanca, Tamaulipas, rumbo a la autopista a Reynosa, don Eusebio vende tacos de carne asada. No hay tráfico en el entronque desde Miguel Alemán, ni clientes: “Aquí estamos con temor, pero sí sale. Les vendo a ellos. Acaba de pasar un convoy. No del Ejército, ni de los Zetas, de los otros, del cártel del Golfo”, advierte con voz pausada. Y efectivamente. Por el camino de terracería el convoy viene de regreso: ocho camionetas pick up y dos todoterreno a gran velocidad. Los tripulantes, con ropa camuflajeada, apenas voltean y el séquito desaparece entre el polvo.

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